Un viaje de 13.000 días
Mientras termina de llegar la financiación de Gemma Galgani, vamos a rodar un cortometraje que hace mucho tiempo que me apetecía rodar. UN VIAJE DE 13.000 DÍAS es una reflexión sobre las consecuencias de nuestros actos. Un viaje al final de los años ochenta que estamos preparando con mucho amor. Sí, con amor, que es la única manera de que los trabajos salgan bien.
No quiero desvelar mucho más. UN VIAJE DE 13.000 DÍAS cuenta con la presencia de mis ya habituales compañeros, artistas y amigos: Luis Fernández de Eribe, Zack Molina, Sara Oneca, Laura de la Vega, Alberto Mazarro, José Luis Panero y algunas nuevas incorporaciones como la actriz y periodista Vanessa García Marx, incluyendo además a un elenco de actores adolescentes que, en este momento, estamos buscando.
Además, y por primera vez, usaremos el formato transmedia, que puedes ver aquí.
¿Por qué nos fascinan los años ochenta?
Sé que hay muchas explicaciones por ahí. A mí eso de que recordamos esa década con tanto cariño por haber sido una eclosión de libertad, tras el fin de la dictadura no me acaba de cuadrar. Yo nací en 1974. Fui un niño plenamente en los ochenta y, obviamente, los aires de libertad me importaban tres cominos; ya nací libre.
En cuanto a que tenga algo que ver «la movida», me niego. Más allá de la idea romantizada que nos han querido vender, la movida madrileña no dejó de ser el reducto de un grupo de niños bien. Costeada por papá, la movida supuso el desbarre de unos pocos mientras el resto se dejaba el lomo en las obras, poniendo cafés en los bares o, los menos, en la universidad.
Personalmente creo que los años ochenta siguen siendo una década fascinante debido a su influencia en la cultura pop, la moda y la música, así como por la nostalgia que despierta en aquellos que vivimos esa época en plena infancia o adolescencia.
En esto me gusta reivindicar a Rainer Maria Rilke. El poeta austriaco, escribió sobre la importancia de la infancia como fuente de inspiración y creatividad. Y al igual que el poeta, creo en la importancia de recordar y honrar la propia infancia como un tesoro que alimenta nuestra vida del adulto. Rilke, en su libro «Cartas a un joven poeta» nos explica que la infancia es un estado de ser en el que la persona aún no ha sido afectada por las presiones y expectativas de la sociedad. Es un estado de inocencia y libertad que le permite al niño experimentar el mundo sin prejuicios y de manera pura. Esta pureza es lo que hace que la infancia sea una fuente inagotable de creatividad y de posibilidades.
Hace un par de semanas, un amigo Pablo Bravo, ponía sobre la mesa una reflexión que me dejó pensativo: ¿no os ocurre que, del 2000 en adelante parece que son años que no cuentan? Y creo que tiene razón.
Debe ser que el efecto 2000 si tuvo consecuencias… Nos dejó el reloj de la memoria parado
Pues, ¿sabes? Algo debe haber porque pienso como mi amigo Pablo. Es como que, del 2000 en adelante es «hace poco». Y estamos en 2023.
Me gusta esa expresión; el reloj de la memoria parado.
¡Gracias por comentar, amigo!
Efectivamente. Desde el año 2000 no hay nada nuevo ni interesante en la sociedad. Sin embargo, en los gloriosos 80 había de todo, creatividad a raudales que puso en la pista de salida a muchas asuntos con los que hoy nos topamos. ¡Qué bonito esta vuelta a aquel origen!
Así es, amigo José Luis. No sé si será cosa nuestra, los que éramos imberbes por entonces pero… ¡El siglo XXI apesta! ¡Gracias por comentar!